APROVECHAR EL DÍA

Hoy ha sido uno de aquellos días en los que te levantas y te decides a vivir el presente intensamente y admirar y observar todo lo que te rodea. 
Dejarte llevar por las sensaciones que van sucediendo durante la jornada es algo que tenemos muy en cuenta cuando somos pequeños, pero no sé por qué motivo nos va desapareciendo. Quizás tenemos tantas preocupaciones y distracciones que nos alejan de lo que verdaderamente nos da paz interior. 
Hemos ido de excursión al puerto de Barcelona. Habíamos hablado de lo que veríamos, qué nos encontraríamos... Mi primera sonrisa ha venido cuando todos los niños se han dado cuenta que habíamos llegado porque en mi explicación iba dibujando en la pizarra la estatua de Colón (con leones incluidos), los barcos de las golondrinas, los turistas paseando. 
Y mira que lo había advertido que Cristobal llevaba esta vez una camiseta del Barça. Ha habido un niño que se ha enfadado porque él es del Español. Otro me ha dicho... La podía limpiar que está muy sucia. Y es que claro las palomas no entienden ni de monumentos ni de camisetas y hacen sus necesidades dónde les viene en gana. 
Lo primero que he notado al llegar ha sido el aroma a mar, que tanto me gusta. Me ha llevado a los días de verano, al descanso merecido, a lecturas con la compañía de las olas del mar. De nuevo una sonrisa ha brotado en mi cara. 
Hemos subido al barco, y qué entusiasmo tenían los niños. ¿Por qué perdemos ese entusiasmo? A ellos no hay otra cosa que les guste más que repetir las mismas cosas una y otra vez , y nunca se cansan. ¿Cansan los años? Si siempre hay cosas nuevas por descubrir. Nunca un momento es igual a otro. 
El sol acariciaba mi nuca y un bienestar consciente recorría por todos los poros de mi piel. El viento que alborotaba mi pelo, me lo acariciaba con suavidad. Una hora en la que me he dedicado a observar pequeños detalles, sí aquellos que unidos te hacen triunfar en los grandes. Aquel hombre que dirigía aquella grúa gigante. El monitor que incansable iba explicando historias a veces sin sentido, con tal que los niños estuvieran distraídos durante el trayecto. La verdad es que tenía alma de actor, explicaba el principio de Arquímedes a unos niños de seis años que se le quedaban mirando con la boca abierta , y de la única frase que se acordaba era lo de igual al peso que desaloja, lo demás no tenía ni pies ni cabeza, pero qué más da, lo importante ha sido con la gracia que lo ha hecho. 
Luego hemos bajado hacia el Maremagnum  y mira que he pasado muchísimas veces por la puerta en la que hay un espejo gigante, todos los niños saludando al espejo, y claro yo también. ¿Por qué no lo había de hacer si me apetecía? 
Sentir la mano de ese niño que te la coge con confianza. Curar aquel que se ha caído y te regala una sonrisa porque a cambio de su herida le colocas una tirita de Winnie the Pooh, como no acompañado de un beso que quita todo el mal del mundo. 
Unas niñas que jugaban a juegos de hacer palmas , como los de toda la vida. Otros que se peleaban por el césped; uno que se ha quedado dormido en un banco, mientras le acariciaba su pequeña cabeza. Otra niña que me viene con los ojos lagrimosos que su madre no se había acordado que hoy íbamos de excursión y hemos compartido bocadillo y cerezas. Sabían aún mejor. Y como final de la jornada, cuando estábamos esperando el autocar (que ha llegado tarde , por cierto), escuchaba protestas porque, de repente, se ha puesto a llover... ¿Podía acabar mejor la excursión? Sentir ese olor a hierba mojada y cómo caía el agua por la cara, impagable. Las mejores cosas de la vida, desde luego, no son cosas. 


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